Yo se que esto se llama trampa y así no se empieza un blog, refritando posts de otro, pero cuenta una historia importante para mí. Fue el comienzo de una gran etapa que me dejó sólo buenos recuerdos y el dulce sabor de la nostalgia (para mí siempre está teñida de verde esmeralda y nunca es triste). There are places I’ll remember… y arranca el blog.
There are places I’ll remember
No tengo el recuerdo patente de escuchar a los Beatles en casa cuando era chica, pero sí tengo imágenes de una de sus películas proyectándose en nuestro living chiquito, alguna que otra canción atravesando los ambientes, y la certeza de que mi vieja amaba a Paul (aún lo ama, ayer hablaba de sacar entradas para verlo en River el próximo 10 de noviembre). Los Beatles llegaron solitos cuando yo era mucho más grande.
Fue una mañana en Londres. Yo tenía 23 años y la misión de llegar a Abbey Road. Mientras tanto, en Dublín, el John Lennon tatuado en la espalda de mi hermano lloraba… ¿por qué ella, pequeña ignorante, conoce antes mi tierra? Sorry Andy, c’est la vie!
Un viaje en bondi de dos pisos (claaaaaaro) me dejó a pocos metros. No estaba el Beetle ni los cuatro Beatles (¡qué susto sino!). Sólo era un día soleado en un barrio residencial, y se escuchaban pajaritos exacerbados por la primavera y el ocasional tránsito de autos yendo Dios sabe dónde por la mano izquierda. Foto al cartel de la calle, foto al estudio, foto a la cebra peatonal, foto a la nada misma… hasta que me topé con un post de luz escrito por algún fan:
Music that lives. Foto fuera de foco y un pensamiento: ok, sí. Música que vive y, al toque, este escrito:
Hay lugares que recuerdo. Muchos fans felices de haber llegado a Abbey Road. Para mí, en ese entonces, era un lindo lugar para visitar y después refregar en la cara de mi hermanito. Nada más (aún hoy esquivo dardos de fanáticos). Mi corto recreo en Londres terminó, me subí a un avión y volé a empezar mi segunda era en Dublín. Hasta acá la no anécdota.
Lo curioso se dio cuando días después llegó Vivu, mi amiga argentina que se sumó a este paréntesis emocional en la isla esmeralda. Sacó 80 cosas de su valija: remeras, pantalones, bombachas, libros, creo que había un pote de dulce de leche, y seguro habían altísimas dosis de alegría, pizcas de dudas existenciales, un poco de incertidumbre respecto a una nueva vida en un país lejano, y muchos CDs. Tomó uno y lo colocó en el DVD. The Beatles. Todos sus temas alegres, bailables, memorables… de repente estábamos las dos haciendo ridículas piruetas por el living del 145, departamento de mi hermano, las catalanas y Enrico (anfitriones de lujo). In my life llegó para serenarnos y, mientras tomábamos bocanadas de aire, recordé la frase de Katrin en la pared del estudio Abbey Road. De alguna forma sentenció la carga emocional que le pondría a mis largos meses en Dublín. No hay día que escuche ese tema y no recuerde cómo me sentí en ese momento. Bien viva.
Eso son los Beatles para mí. Música legendaria entrelazada con la vida misma. Canciones que pasan a formar parte del soundtrack de tu historia, y que se repiten una y otra vez para darle el matiz perfecto. En esta semana temática no pretendo nada más que mostrar con rotunda subjetividad como influyen los Fab4 en mi vida y en la de otros que con la mejor onda aportaron lo suyo para este blog. ¡Long live the Kings!